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Expertos advierten sobre la elevada presión fiscal que soportan las empresas

La literatura atribuye al fabulista griego Esopo la más antigua de las versiones de la historia de «La gallina de los huevos de oro».

Dicha fábula narra que cierto granjero disponía de una gallina que tenía una particularidad: cada día ponía un huevo de oro.

Creyendo encontrar en las entrañas de la gallina una gran masa de oro o un mecanismo natural que proveyera ese metal precioso, el granjero la mató sin más; pero al abrirla vio que por dentro era igual a las demás.

De tal modo, impaciente por conseguir de una vez una gran cantidad de riqueza, el granjero se privó del fruto abundante de riqueza que la gallina le daba periódicamente.
La moraleja de la fábula previene contra uno de los grandes males del hombre: la codicia.

Es posible trazar un paralelismo entre la angurria del granjero y la de los fiscos argentinos pues en ambos casos ese vicio pareciera conducir a los actores hacia un mismo resultado: la desaparición de las fuentes productoras de los ingresos, la gallina por un lado y los contribuyentes por el otro.

Se suele decir que, en el mundo, el 90% de las empresas terminan en bancarrota por malas decisiones de negocios (v.gr. oferta de productos sin demanda, inexistencia de plan de negocios, errónea gestión gerencial, costoso acceso al financiamiento, equivocadas campañas de marketing, por citar algunos ejemplos entre tantos).

El restante 10% de empresas quiebra por culpa del Estados y sus excesivas regulaciones.

En Argentina, esos porcentajes se invierten.

El 90% de las empresas desaparecen por culpa del accionar estatal, expresado en términos de una asfixiante presión tributaria, en extensos tiempos de cumplimiento de obligaciones fiscales y laborales, en regulaciones complejas y una burocracia expulsiva asociada, etc.

El restante 10% es responsabilidad exclusiva de los empresarios.

El caso de la gallina de los huevos de oro podría asimilarse a una mala decisión del granjero que lo privó de capital y de flujo de fondos, llevando a su empresa a la bancarrota. Y el caso de los contribuyentes constituye una mala decisión de política y de administración tributaria por parte del Estado que lo privará de un flujo de fondos necesario para cumplir con su presupuesto.

De suyo, tanto la política fiscal como las administraciones tributarias, si no son debidamente gestionadas, pueden ser verdaderas armas de destrucción económica masiva.

Los fiscos utilizan un arsenal de herramientas con un grado de poder fiscal variable pero que pueden afectar significativamente la vida económica (y tributaria) de los contribuyentes, llevando incluso a su desaparición.

Imaginemos, sino, los distintos escenarios tributarios que muchos contribuyentes enfrentaron a diario en los últimos años, caracterizados por:

a) La proliferación desmedida e irracional de agentes de recaudación y pagos a cuenta.

b) La generación de saldos a favor de contribuyentes originadas en la actuación de agentes y las restricciones en la devolución de esos saldos.

c) La eternización de fiscalizaciones y los costos de atender requerimientos de fiscos de cada uno de los niveles de gobierno.

d) Las demoras excesivas en los trámites de obtención de exenciones, desgravaciones, constancias de exclusión, de no retención, etc.

e) La no aplicación del protocolo adicional del Convenio Multilateral.

f) La determinación del impuesto a las ganancias sobre rentas que por efecto de la inflación podrían no ser tales.

g) La incorporación de contribuyentes en bases de datos de facturas apócrifas.

h) Los bloqueos de constancias de inscripción en impuestos.

i) La cancelación de CUIT y las bajas de inscripción en registros especiales.

j) Las restricciones en materia de facturación.

k) El agravamiento en el tratamiento a dispensar a los contribuyentes como consecuencia de sistemas de calificación de riesgos.

Todos estos escenarios afectan directamente a la propiedad de los contribuyentes, su rentabilidad, su capital de trabajo, la previsibilidad y la seguridad jurídica con la que organizan sus negocios, las decisiones de inversión, el derecho a trabajar y ejercer industria lícita, las condiciones de los mercados.

A los fiscos se les suele pedir eficiencia, imparcialidad, calidad de servicio, condiciones para el cumplimiento, simplificación. Pero también sería conveniente exigirles una suerte de inteligencia fiscal interna, una suerte de «timing» o de «calle» para preservar la existencia de su verdadera razón de ser: los contribuyentes, verdaderas gallinas de los huevos de oro de nuestro régimen tributario.

Diego Andrés Colazo
Contador Público Nacional UNJu
Especialista en Tributación UNSa

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